10 enero 2005

Mercado aéreo chileno

El mismo cuento de siempre

Hace poco (diciembre) inició sus operaciones en las rutas nacionales la compañía Aerolíneas del Sur, filial del grupo español Marsans. En resumen, una proyección inicial de cuatro aviones Boeing 737-200, un crecientemente progresivo plan de ciudades chilenas que servir, y la infaltable crítica abierta de uno de los componentes del estrecho mercado aéreo local. A ojos de simple consumidor, nada nuevo para una compañía que recién parte: el libreto repetido por casi todas las empresas que a contar de los ‘80 quisieron volar en Chile (y que, dicho sea de paso, hoy ya no existen), y el mismo destino incierto.

El principal preocupado con la entrada de los españoles-argentinos ha sido el grupo controlador de la aerolínea santiaguina Sky Airline, una compañía en operaciones efectivas desde inicios de 2002, y que ha logrado hacerse de algo menos del 20% del mercado local, detrás por cierto de la todopoderosa LAN. Recordemos que la propia Sky apareció mientras las autoridades judiciales, aeronáuticas y estatales chilenas daban cuenta de la peruano-chilena Aerocontinente, defenestrada de su sitial en el market-share local debido a los manejos de los hermanos Zevallos, oscura materia respecto de la cual existe abundancia de información en la red y que por mi integridad física prefiero no tocar aquí.

Si no hubiera habido rápidas críticas a la llegada de Aerolíneas del Sur eso habría significado que algo realmente raro se estaba dando con este nuevo desembarco de los españoles en la economía chilena (y eso que, a estas alturas de la globalización, acepto que hablar de “economía chilena” parece un arcaísmo). Y es que las voces de protesta cada vez que algún nuevo actor aparece en el mercado local son como la corrida de San Fermín local, una mezcla de gritadera y zafarrancho (aspecto al que ya me referí en otro artículo en este mismo sitio al opinar sobre los genes –hereditariamente transmitidos– del empresario aeronáutico local).

Y si ahora Sky alega, otros alegaron antes contra Sky, y así será sucesivamente por los siglos de los siglos. En beneficio de todos aquellos que no tienen mayores luces acerca de la composición del mercado aéreo chileno, consignemos aquí que después de LAN está Sky, y pare de contar, porque el tercer lugar lo ocupa una minúscula empresa regional ubicada en Punta Arenas –el fin del mundo en otros tiempos– cuya cuota en la repartición es casi inexistente.

Contrariamente a lo que pudiera suponerse, lo que me llama la atención de este previsible fenómeno no es la lucha comercial que podría darse contra este nuevo usuario de los aeropuertos nacionales, ni tampoco la batalla legal que ya se inicia debido a algunas acciones judiciales prometidas deducir por Sky en contra de Aerolíneas, sino otros aspectos menos formales. Es decir, es cierto que para Sky debe ser preocupante que un intruso entre a disputarle su 19% del mercado (porción que no niego que ha sido trabajosamente conseguida), y que consecuentemente sus ejecutivos estén avalando que se proceda en contra de los españoles-argentinos de todas las maneras legales posibles. Ambas, la lucha comercial y la batalla (que no una simple pelea de arrabal) legal eran previsibles y, además, están dentro de las herramientas que otorga la institucionalidad de Chile, por lo que nadie debería extrañarse ni asustarse.

Tampoco me importa mucho que Sky haya pedido la caducidad de los permisos de los argentinos alegando una supuesta violación a la legislación local de cielos abiertos que exige una inexistente reciprocidad de Buenos Aires en esto de permitir operaciones de cabotaje en rutas recíprocas: qué bueno que una simple y pequeña empresa privada como Sky quiera enmendarle la plana a todas a las autoridades chilenas que –con los antecedentes en la mano– dieron luz verde al funcionamiento de la nueva aerolínea en perjuicio del ordenamiento jurídico y de los intereses económicos de los sufridos nacionales de esta generosa tierra.

Para decirlo de una vez, parece que nadie dentro de Sky se ha acordado de los beneficios que podría obtener el simple consumidor mapochino con el arribo de un nuevo actor y de cómo eso podría ser una fuente de oportunidades; ciertamente eso es menos importante que conseguir que impere la justicia en el mundo, sobretodo cuando ésta se acerca peligrosamente a tocar nuestros bolsillos (es decir, los bolsillos de Sky).

Siempre ha sido igual
El miedo, entendido éste como una perturbación angustiosa del ánimo por la presencia de un riesgo real o imaginario, o la aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a sus deseos, nos afecta a todos en mayor o menor grado en distintas etapas de nuestras vidas. Y en lo aeronáutico chileno ha sido una constante. Un negocio riesgoso, que generalmente requiere fuertes inversiones de capital fijo, y que en Chile ha sido tradicionalmente mono u oligopólico, no puede estar exento del temor de fracasar a la primera ocasión desfavorable (y para Sky, la llegada de los españoles parece serlo). Sin embargo, si hacemos un racconto siguiendo las declaraciones de sus ejecutivos durante estos últimos dos o tres años, el temor actual que manifiestan es infundado: los objetivos que la aerolínea se fijó ya están prácticamente conseguidos [20% del mercado y balances azules conseguidos prematuramente; crecientes operaciones en Chile y en el extranjero; tarifas dentro de mercado; y una flota de aviones viejos que no ha sufrido más que una variación numérica] dan pistas de eso. Como si fuera poco, el grupo económico detrás de Sky no es poca cosa, por lo que en alguna medida es esperable contar con un colchón financiero que ciertamente otorga algo de tranquilidad extra. ¿Qué más puede esperarse para entrar a competir de verdad en el mercado?

Además, todo indica que la actitud de LAN en contra de Sky ha sido la del león que observa a su eventual presa desde el otro lado del río, sin decidirse del todo a comérsela o no. Si LAN ha mantenido el mandoble en la vaina ha sido más bien por razones estratégicas derivadas de las restricciones que le impondría la autoridad al institucionalizarse –nuevamente– como un monopolio de hecho, más que porque la gigantesca ex compañía de bandera chilena haya renunciado a su real posibilidad de destazar a piacere a cualquier adversario nacional. Si a Sky supuestamente no le temblaron las rodillas en 2002 frente a LAN (y frente al complicado mercado de ese entonces) e igual se lanzó al ruedo, a competir “de igual a igual” al decir de sus socios, ¿por qué ahora –medianamente consolidada– le teme a Aerolíneas del Sur, la que a estas alturas no es sino un adversario menor? Por favor, relativicemos las cosas y mantengamos la calma.

A mi juicio, para Sky esta no es sino una oportunidad de crecimiento, algo que ellos sin duda habrían preferido evitar, pero que por ser una circunstancia exógena e impuesta es necesario enfrentar aquí y ahora. La alternativa judicial es una opción, pero no debe verse en ella la solución real al problema, pues aquella no considera el tema principal, cual es que Sky se sostendrá limpiamente en el mercado sólo en la medida que cuente con el apoyo de los consumidores, y estos no debieran reconocer más banderas que aquellas de quien esté dispuesto a ofrecerles lo mejor por un precio razonable, algo que Sky no debe dejar de tener en mente en esta hora de preocupación. Si LAN cuenta con su público cautivo –o, lo que es lo mismo, con su clientela conforme–, cualquier competidor de poca monta (o sea, cualquier otro en el mercado chileno) debe necesariamente seguir el ejemplo, y lograrlo no pasa necesariamente por hacerle la vida imposible al tendero que plantó su banca en la calle de enfrente. Este criterio miope es fácilmente identificable por el consumidor actual y tiene el tremendo riesgo de perderse en los kafkianos caminos del aparato estatal latinoamericano.

Por lo pronto, mientras Sky decide gastar sus tiros contra Aerolíneas, seguiré con mi costumbre de abordar aviones LAN cada vez que quiera moverme dentro de Chile. Por lo menos, esta última compañía ya parece haber dejado atrás sus arrebatos de juventud. Claro que se demoró más de 70 años en hacerlo –digámoslo también– tiempo en el que muchas víctimas de toda clase quedaron regadas en el camino.