01 enero 2005

Godoy y los Andes

Primus Inter Pares

Cada 12 de diciembre se conmemora en Chile el Día de la Aeronáutica. Iba a decir que “se celebra en Chile” pero eso sería una exageración: las ceremonias que tienen lugar son más bien de carácter institucional y privadas, y la participación de la ciudadanía es nula. Exceptuando ciertas epopeyas bélicas republicanas, es un hecho que ya a nadie le importa demasiado recordar ciertos hitos de nuestra historia, sobre todo de eventos que en su tiempo no sólo fueron noticia sino que –más que eso– causaron legítimo furor popular, incluso más que aquel que hoy se produce cuando llega a nuestra tierras una estrella del rock o un artista del celuloide.

Lo concreto es que el 12 de diciembre de 1918, minutos después de las 05:00 horas, el teniente aviador Dagoberto Godoy Fuentealba se montó arriba de un monoplano Bristol M.1C de la Aeronáutica Militar chilena y procedió sin más a cruzar la cordillera de los Andes por su parte más alta, en un vuelo que desde 1913 varios chilenos y argentinos habían intentado sin éxito. A diferencia de otros vuelos notables y de la rebeldía propia de los aventureros del aire de aquel entonces, Godoy tenía todos los permisos necesarios para intentar la travesía, por lo que cuando esa madrugada se acomodó dentro del espartano Bristol matrícula C4988 de la Primera Compañía de Aviación, lo hizo con el mejor respaldo técnico, organizativo y moral que la rama aérea del Ejército de esa época podía proporcionarle. Con todo, ese apoyo no hacía menos incierta la misión ni menos inapropiado el avión para la tarea que se demandaría de él esa mañana.


Se dice que esta es la imagen del despegue de la mañana aquella... Imposible para esa hora de la madrugada...

Concretamente, se trataba de hacer el cruce desde las instalaciones de la Escuela de Aeronáutica Militar ubicada en la base de El Bosque en Santiago de Chile hasta la ciudad argentina de Mendoza. Para que el salto tuviera real valor, debía ser hecho por una de las partes más altas del muro de roca que separa a ambas naciones, lo que se traducía en lograr pasar a una altitud que fuera similar a la media resultante de la montaña Aconcagua y el volcán Tupungato, de 6.959 y 6.570 metros aproximados, respectivamente. Toda una proeza para la época.

Luego de despegar desde El Bosque, el pequeño y esmirriado piloto temuquense, nacido en 1893 e ingresado al Ejército a los 16 años de edad, rápidamente alcanzó algo más de 4.000 metros, altura con la que enfiló hacia el macizo andino. Llegado a la zona de más altas cumbres, logró colarse entre fríos y corrientes hasta la altitud requerida, logrando sortear la frontera entre los dos países e iniciando el descenso hacia la cancha argentina de Los Tamarindos. Luego de haber sobrevolado una zona que nadie más en el mundo había alcanzado, el éxtasis del chileno fue seguido por el esfuerzo necesario para superar el frío y la hipoxia y lograr concentrarse en los retos de la navegación. Lamentablemente, no pudo encontrar la cancha argentina y, por falta de combustible, a las 06:35 debió hacer un descenso de emergencia en Lagunitas, cerca de Mendoza, donde el avión resultó dañado. Sin embargo, la misión original, el cruce por las partes más altas, había sido cumplida.


Recepción de héroe... Lo fue, en realidad.

Godoy recibió el reconocimiento y el afecto sincero de chilenos y argentinos por su triunfo. Más aún, a su regreso a la patria la recepción popular fue de héroe. Sería largo enumerar aquí todas las ceremonias y manifestaciones de aprecio de que Godoy fue objeto de aquí en adelante. Ascendió a Capitán gracias a su hazaña y con el grado de Comandante se retiró de las filas en 1924. Volvió al uniforme en 1937, como oficial de reserva de la Fuerza Aérea, institución que abandonó en 1944 con el grado de Capitán de Bandada. Una ley de 1957 le confirió por gracia el grado de General de Brigada Aérea. Falleció en Santiago a los 67 años de edad, el 8 de septiembre de 1960.

Siempre me ha llamado la atención el que en las obras generales acerca de navegación aérea la figura y la hazaña de Godoy no estén destacadas convenientemente. Digo, no es necesario hacerle un monumento ni nada por el estilo, pero sí mencionar su nombre y lo que hizo por la aviación chilena, que no fue poco. Todo indica que la fecha en que este soldado emprendió su viaje no era la mejor, “comunicacionalmente hablando”: el fin de la Gran Guerra, el eterno carácter isleño de Chile, y la escasa importancia relativa de nuestro país en un mundo que estaba mayormente ocupado de otras cosas, fueron factores que se confabularon en tal sentido. Así, no resulta raro encontrar trabajos escritos en que aparezcan otros cristianos detentando el título de vencedores de los Andes. En honor a la verdad, ellos sólo siguieron una ruta que abrió Godoy una mañana de fines de 1918.

Valor, audacia y resistencia física, pero también serenidad y un corazón patriota bien puesto, fueron algunos de los atributos con los que Godoy estaba dotado. A pesar de todo, el recuerdo de su temple y hazaña no se ha desvanecido, y si bien las multitudes que lo aclamaron y honraron ya hace tiempo que también abandonaron este mundo, sirvan estas letras como modesto recuerdo. Dagoberto Godoy Fuentealba... ¡Salud!